La Caída… poco más que un tropezón existencialista



Continuando mi lectura de Camus, habiendo pasado por El Extraño y La Peste, llegué a La Caída.
El existencialismo es terrible, y la variante de Camus, el absurdismo, se me hace una de las más crudas. La vida del hombre civilizado se basa en un sinfín de ilusiones en las que todos colaboramos voluntariamente. Con el tiempo nos olvidamos de que son ilusiones, y cuando vemos la realidad como es, cuando nos vemos como realmente somos, el mundo se derrumba…
Éste es el disparador del existencialismo, nada tiene sentido. Y desde ahí, como puede, construye una filosofía de vida. Para el que es capaz de soportar algunas dualidades, deja una fortaleza y unos pilares difíciles de quebrantar, para el que no, es casi un empujoncito hacia el suicidio.
Más que una novela, La Caída es un tratado filosófico sobre la naturaleza humana y el absurdísimo existencial. Mucho más directo que sus obras anteriores, es básicamente un monologo donde Jean-Baptiste Clamence “confiesa” a un extraño (el lector) su “caída”.
Clamence llevaba una vida ejemplar y casi perfecta, respetado abogado defensor, ciudadano ejemplar, viviendo la máxima Kantiana/Platonesca de que la virtud es su propia recompensa.
En su virtud Clamence era el más alto de los hombres y vivía feliz:

…sobre todo si estaba solo, muy por encima de las hormigas humanas.
...algo distinto a la certeza en que yo vivía de ser más inteligente que el resto del mundo. Por otra parte, esa certidumbre no tenía consecuencia puesto que los imbéciles la comparten.

Hasta que escucha una risa, en la que se siente juzgado, y empieza a cuestionar sus virtudes.

El sentimiento de lo recto, la satisfacción de tener razón, la alegría de la estimación propia, son resortes poderosos para mantenernos en pie o hacernos avanzar. Al contrario si usted priva de ellos a los hombres, los transformará en perros rabiosos.
Más, con lo dicho, podrá juzgar ya cuál era mi satisfacción. Gozaba de mi propia naturaleza, y todos sabemos muy bien que en eso consiste la felicidad, aunque, para tranquilizarnos mutuamente, aparentemos, a veces, condenar esos placeres bajo el apelativo de egoísmo.

La más mínima duda hay veces se instala sobre el hombre más seguro y se derrumban las convicciones más fuertes… El pilar fundamental de la tranquilidad de muchos es la creencia fundamental de saberse bueno, cuando algo erosiona esa creencia, no quedan certezas.
...me sentía vulnerable y entregado a la acusación pública. Mis semejantes dejaban de ser a mis ojos el auditorio respetuoso al que estaba acostumbrado. El círculo cuyo centro era yo se rompía y ellos se colocaban en línea, como un tribunal. A partir del momento en que aprendí que había en mí algo apto para ser juzgado, me di cuenta de que existía en ellos una vocación irresistible de juzgar. Sí, estaban ahí, como antes, pero reían.
El juicio constante de los otros es lo más terrible para Clamence: “Le voy a confiar un gran secreto. No espere el juicio final. Tiene lugar todos los días.
Cuando Clamence pierde confianza, deja de andar por el mundo como actor inconsciente, y empieza a reflexionar sobre sí mismo.
Tras largos estudios sobre mí mismo, puse en claro la profunda duplicidad de la criatura, que la modestia me ayuda a brillar, la humildad a vencer y la virtud a oprimir. Hacía la guerra por medios pacíficos y obtenía finalmente por medio del desinterés, todos mis caprichos.
Es en esos momentos de cuestionamiento cuando sufre un golpe fatal, víctima de la vida moderna, actúa con apatía, indiferente ante un suicidio.
Era la una de la madrugada, caía una lluvia fina, más bien, una escarcha, que dispersaba a los escasos transeúntes.  Acababa yo de dejar a una amiga, que, seguramente, dormía ya. Me sentía contento en mi paseo, un poco entumecido, el cuerpo tranquilo, irrigado por una sangre dulce, como la lluvia que caía. En el puente ya, pasé por detrás de una forma, inclinada sobre un pretil que parecía contemplar el río. Más cerca, distinguí a una delgada joven, vestida de negro. Entre los cabellos oscuros y el cuello del abrigo, se veía sólo una nuca, fresca y húmeda, que me llamó la atención. Pero, tras una vacilación, seguí mi camino. Al final del puente, tomé por los andenes en dirección a Saint-Michel, donde vivía. Había recorrido unos cincuenta metros aproximadamente, cuando oí el ruido que, a pesar de la distancia, me pareció formidable, de un cuerpo que cae al agua. Me paré en seco, sin volverme. Casi inmediatamente, oí un grito, varias veces repetido que descendía por el río y luego se extinguió bruscamente. El silencio que siguió, en la noche repentinamente detenida, me pareció interminable. Quise correr y no me moví. Temblaba, creo, de frío y de sobrecogimiento. Me dije que había que actuar de prisa y notaba cómo una flaqueza irresistible invadía mi cuero. He olvidado lo que entonces pensé. "Demasiado tarde, demasiado lejos..." o algo semejante. Continuaba escuchando inmóvil. Luego, a cortos pasos, me alejé bajo la lluvia. No di ningún aviso.
Y acá opera el final de la caída, porque ya seguir viviendo de la misma manera es imposible, la verdad es demasiado dura, la mentira demasiado difundida… la vida en sociedad es absurda, el trabajo, la familia, los amigos, los logros, las aspiraciones… Camus cuestiona todo, y todo lo lleva a la misma conclusión, es un chiste, no resiste ningún análisis, es todo absurdo.
Sin duda, yo aparentaba, a veces, tomar la vida en serio. Pero, muy pronto, la frivolidad de la misma seriedad se me revelaba y continuaba representando mi papel, lo mejor que me era posible.
En unos pasajes Camus destruye el valor moral que le damos a la verdad, y cuestiona seriamente el valor de las amistades:
...no crea a sus amigos cuando le pidan que se sincere con ellos. Esperan únicamente que les mantenga usted en la buena idea que de sí mismo tienen, que les provea de una certeza suplementaria que obtendrán de su promesa de sinceridad. Si llega a encontrarse en un caso semejante, no titubee: prometa ser veraz y mienta lo mejor posible.
Es que, como dice más adelante: “La verdad, como la luz, ciega. La mentira, por el contrario, es un bello crepúsculo que da a cada objeto su valor.
Cuando todo lo que nos rodea pierde sentido, nos perdemos en los placeres más básicos, abandonamos sueños absurdos, objetivos ridículos, y cansados de condenarnos, condenamos también a todos los demás:
...nosotros somos los primeros en condenarnos. Hay que comenzar, pues, por extender a todos la condena, sin discriminación, a fin de dejarla ya diluida.
Si nos perdemos en la frivolidad de los placeres, si nos hacemos un poco hedonistas, es porque cómo dice ClamenceNingún hombre es hipócrita en sus placeres.” Y rodeados de ilusiones, de hipocresías, uno busca algo real y no caemos muy lejos de Descartes, no es “Pienso luego existo” la forma es “Gozo luego existo
El camino del existencialismo es duro porque al aniquilar el mundo nos aniquilamos un poco a nosotros mismos. No es el abandono Budista, no se trata de la búsqueda voluntaria de la desintegración de todos los vínculos, opera más bien al revés, es la desintegración involuntaria de todos los vínculos, y la búsqueda desesperada por volver a establecerlos. Durante ese acto, en esa búsqueda, es donde Camus piensa que puede tentar una salida facilista:
Yo, me doblego, porque sigo queriéndome. Véalo: ¿después de todo lo que le he contado, que cree que me ocurrió? ¿Asco de mí mismo? Vamos, sobre todo, eran los demás quienes me asqueaban. Cierto que yo conocía mis flaquezas y las lamentaba. No obstante, continuaba olvidándolas, con una obstinación bastante meritoria.
O como dice más adelante
Pero cuando uno no ama su vida, cuando sabe que hay que cambiarla, no hay elección, ¿verdad? ¿Qué hacer para ser otro? Imposible. Sería preciso no ser ya nadie...
La salida para Clamence es confesarse ante los extraños, se reconoce débil, se juzga egoísta, y lo hace porque sabe que cambiar es demasiado difícil, demasiado doloroso.
No deseamos ni corregirnos ni ser mejores: para ello sería preciso, primeramente, que fuésemos juzgados débiles. Deseamos sólo, ser compadecidos y animados en nuestro camino. En suma, quisiéramos, simultáneamente, no ser culpables ni hacer esfuerzo alguno por purificarnos. Ni bastante cinismo ni bastante virtud.
Al final de la novela, vuelve a imaginarse, si tal vez podría haber actuado en forma diferente, si podría haber evitado la indiferencia:
Muchacha, arrójate otra vez al agua para que tenga, por segunda vez la oportunidad de salvarnos a los dos. Habría que decidirse... Brr... ¡El agua está tan fría! Pero, tranquilicémonos. Es demasiado tarde ya, siempre será demasiado tarde. ¡Felizmente!
Y así termina la novela en tono bemol, a diferencia de La Peste. Es que el existencialismo es agridulce, y de cada alegría nos recuerda que es sólo pasajera… Pero ¿Dónde está esa reconstrucción del hombre y de la vida del hombre del que escribí arriba? ¡Hasta acá fue todo cuesta abajo…! Y claro, hasta acá fue La Caída.
Pero yo soy un poco menos pesimista que el Camus de La Caída, comparto más cosas con el otro Camus, y me acuerdo de como terminé con Rieux mis comentarios sobre La Peste.
¿Desde dónde se sale del pozo infinito? Algunas pistas están desperdigadas por La Caída, para Clamence son verdades que no alcanzan, para el hombre son verdades suficientes.
Es verdad, cómo dice, que “Somos todos semejantes, hablando sin parar a nadie, enfrentados siempre a las mismas preguntas, aunque conozcamos de antemano las respuestas...” y es innegable que “El hombre es así, tiene dos caras; no puede amar sin amarse.
La Caída, la verdadera caída, la pérdida de la gracia y la inocencia, se resume en una frase de toda la novela:  Sí, nosotros hemos perdido la luz, las mañanas, la santa inocencia de quien se perdona a sí mismo.
Y para mi tiene el doble peso de ser algo que acabo de leer y una idea que llevo conmigo desde hace mucho. El único lugar desde el que se pueden reconstruir todos esos lazos con este mundo terrible e ilusorio, la única forma de seguir de verdad es esa; porque es una verdad terrible que el hombre no puede amar sin amarse, el primer paso, el único primer paso posible es aprender a perdonarse a uno mismo.

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