La Peste

El sábado por la tarde, libro frente al teclado, estaba trascribiendo pasajes, párrafos, frases. A la hora empecé a ser un poco más selectivo, un rato después, con mi mujer preguntadome si iba a trascribir todo el libro, me di cuenta de que no había forma de usar todas esas citas en una crítica del libro sin convertirla en un tratado. Hoy, empezando a escribir estas palabras, se me ocurrió también, que la diferencia entre la literatura de género y la Literatura (si, esa que se escribe con mayúsculas), que justifica por qué estuve trascribiendo tanto, es que una busca entretener y sorprender, la otra explicar la condición humana desde el arte, o, en el caso de Camus, resolver el absurdo de la vida, darle sentido, aunque sea sólo para esos pocos personajes inmateriales de la novela.

En La Peste, el Absurdismo de Camus evoluciona de la apatía de El Extraño, y muestra una cara más amable y  gentil. Este absurdismo, que no es más que un existencialismo rebelde, es el pilar fundamental del pensamiento de Camus. Socialista reformista por necesidad, Camus es un negador de la revolución, y no se puede esperar otra cosa de alguien cuya aproximación a una filosofía es desde el sufrimiento humano, no hay revolución sin sufrimiento o, como expone en La Peste:
¿quién podría afirmar que la eternidad de un goce podía compensar un instante de dolor humano?
La Peste es la crónica del sufrimiento de los ciudadanos de Oran y de la conquista de la adversidad por el espíritu humano y la solidaridad. En el centro de este sufrimiento, está la separación, los que quedan separados por la cuarentena impuesta a la ciudad, los que quedan separados por estar infectados, y por último los que quedan separados por la fatalidad de la muerte.

Como últimamente prolifero muchísimo la temática de Zombis (tenemos comics, películas, series y libros), o como variante con menor contenido supernatural, Pandemias y Epidemias, mi primera aproximación a La Peste fue buscando puntos de encuentro con estos productos. Pronto me di cuenta que estaba ante algo muy distinto, pasa que hoy, estos temas son enfocados desde el género del Terror, es decir con el objetivo de provocar miedo, y el mecanismo clave de provocación está en la desintegración de la comunidad y de la sociedad, en analizar los extremos a los cuales el individuo está dispuesto a llegar para sobrevivir.

Pero la obra de Camus precede a todo esto, no es una novela de terror, y el protagonista principal no es la peste, no es la muerte, es la separación, como sobrellevarla y como enfrentar la tragedia. Al comienzo de la novela se plantean algunos escenarios de desintegración, no se construye un sentido de comunidad y colaboración instantánea, pero se construye en esa dirección, el punto más bajo, una de las imágenes más patéticas del libro es cuando Cottard y Tarrou habían ido los dos a la Ópera Municipal, donde se representaba Orfeo y Eurídice:
“Fue preciso el gran dúo de Orfeo y Eurídice en el tercer acto (en el momento en que Eurídice escapaba de su amante) para que una cierta sorpresa corriera por la sala. Y, como si el cantante no hubiera esperado más que ese movimiento del público o, más aún, como si el rumor llegado desde la platea le hubiera confirmado en lo que sentía, eligió ese momento para adelantarse hacia el foso de manera grotesca, brazos y piernas separados, dentro de su traje antiguo, y para aplastarse contra los rediles de la decoración, que nunca habían dejado de ser anacrónicos, pero que, a los ojos de los espectadores, lo fueron por vez primera y de manera terrible. Pues, al propio tiempo, la orquesta calló, el público de platea se levantó y comenzó lentamente a evacuar la sala, primero en silencio, como se sale de una iglesia, una vez acabado el culto, o de una cámara mortuoria después de una visita, las mujeres recogiéndose las faldas y saliendo con la cabeza baja, los hombres guiando a sus parejas por el codo y evitándoles el choque con los asientos. Pero, poco a poco, el movimiento se precipitó, el cuchicheo se convirtió en exclamación y la multitud afluyó hacia las salidas y se precipitó por ellas, para terminar por atropellarse gritando. Cottard y Tarrou, que se habían limitado a levantarse, quedaron solos frente a una de las imágenes de la vida de entonces: la peste en escena bajo el aspecto de un histrión desarticulado y, en la sala, un lujo inútil, bajo la forma de abanicos olvidados y encajes colgando sobre el rojo de las butacas.”
Pero Camus no insiste con este tipo de imágenes, la novela no es una compilación de imágenes sensibles, es algo más, y busca responder la pregunta ¿Qué sentido tiene la plaga, porque dios, la naturaleza o la existencia pueden permitir este sinsentido de muerte y sufrimiento?

Por supuesto, la primer respuesta es que no tiene sentido, es lo absurdo de la realidad, la carencia última de sentido. Pero existe una segunda respuesta, como responde Rieux “Puede servir para hacer mejores a algunos.”

La Peste pone en jaque a la ciudad de Oran, la lleva al límite de la subsistencia, pero también actúa como un elemento de cohesión de la comunidad. No desde el comienzo, sino luego de la revelación de que nadie está al margen de la peste, a nadie le es ajena. La Peste, el sufrimiento, o llegado el caso el problema de la existencia en sí misma, es un asunto de todos, y la mejor forma de sobrellevar esta existencia en un mundo lleno de sufrimiento es colaborando y cooperando cómo seres sociales que somos.

Un esbozo de cómo se produce este cambio de percepción de la comunidad, se presenta muy claro en el personaje de Rambert un extranjero, atrapado en la ciudad, que para reunirse con su pareja debe encontrar la forma de fugarse violando las restricciones de la cuarentena. Después de largos preparativos muchos de ellos frustrados y todos ilegales, cuando estaba todo listo para pasar la frontera, Rambert le confiesa al doctor Rieux que se queda, que no puede irse porque sentiría vergüenza. Rieux le responde ofendido que no puede dar vergüenza preferir la felicidad. Rambert remata “Sí, pero puede avergonzar ser feliz uno sólo”. Y así, un potencial desertor se convierte en un aliado en la lucha contra la peste, que es la lucha contra el sufrimiento, contra la creación, el universo.
Rambert: He pensado siempre que yo era un extraño en esta ciudad y que nada tenía que hacer con ustedes. Pero ahora que he visto lo que he visto sé que soy de aquí, lo quiera o no. Esta historia nos concierne a todos.
En toda la obra Camus valora por sobre todo los pequeños aportes del hombre común a la vida de la comunidad, no el sacrificio (tal vez falso) del santo, sino el compromiso del hombre para con el hombre.
Sí; si es cierto que los hombres tienden a proponerse ejemplos y modelos, que llaman héroes, y si es absolutamente preciso que haya uno de ellos en esta historia, el narrador propone justamente a este héroe insignificante y borroso, que no tenía sino un poco de bondad en el corazón y un ideal aparentemente ridículo. Lo cual dará a la verdad lo que le corresponde, al heroísmo el lugar secundario que le es propio, siempre detrás y nunca antes de la exigencia generosa de la felicidad.
Este héroe es Grand, justamente insignificante, un funcionario de pocos logros y pequeñas aspiraciones que busca escribir una obra fantástica de la que jamás tiene más que una primer frase.

En este mundo no hacen falta héroes, este no puede ser un mundo donde el sacrificio de unos pocos sea necesario para la tranquilidad o felicidad de los demás. Tiene que bastar con el compromiso de todos, con el esfuerzo de querer ser mejores. Cómo le dice Tarrou a Rambert cuando este les confiesa que prefiere quedarse a combatir la peste, si quiere compartir la desdicha de los hombres nunca tendría tiempo para la felicidad. Hay que elegir. El santo tiene tan poco lugar cómo el héroe, son figuras inalcanzables que no nos hacen mejores, y hasta justifican el desinterés y la apatía.
Rieux: siento más solidaridad con los vencidos que con los santos. Creo que no me gustan ni el heroísmo ni la santidad. Me interesa sólo ser un hombre.
Un hombre debe combatir por las víctimas. Pero si deja de amar todo, ¿de qué le sirve luchar?
Y tal vez por todo esto es que en la novela Camus decide salvar a Grand, su insignificante héroe, pero no a Tarrou que quiere ser un santo.
Si hay algo que se pueda desear siempre y conseguir a veces, es la ternura humana.
Pero para quienes, por el contrario, se habían dirigido, por encima del hombre, a algo que ni siquiera se imaginaban, no hubo respuesta. Tarrou pareció alcanzar esa paz difícil de la que hablaba, pero sólo la encontró en la muerte, en una hora en que ya no podía servirle de nada. Si todos aquellos que Rieux veía en el umbral de sus puertas, en la luz declinante, apretados con todas sus fuerzas y mirándose con arrobo, habían obtenido, en cambio, lo que querían, es porque habían pedido lo único que dependía de ellos. Y Rieux, en el momento de doblar hacia la calle de Cottard y Grand, pensaba que era justo que, de tarde en tarde, la alegría viniese a recompensar a quienes se conforman con el hombre y con su pobre y terrible amor.
El existencialismo, o para el caso, el absurdismo, plantea una base muy dura sobre la que elaborar una forma de entender o enfrentar la vida, pero una vez sobrellevado el abatimiento y la desilusión, deja mucha fortaleza. En el caso de La Peste, es desde esa fortaleza estoica construida desde el conocimiento del sufrimiento, desde donde Camus dice sencillamente que lo que se aprende de las calamidades es que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio. Rieux, el doctor, sabe que sus victorias serán siempre provisionales, la muerte siempre termina alcanzando a sus pacientes, pero sabe también que no es razón para dejar la lucha.

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Elric of Melniboné

Con la popularidad alcanzada hoy por la fantasía heroica, post adaptación de Lord of the Rings al cine y la televisación de Game of Thrones, los clichés, modismos y el lenguaje mismo del género son parte de la cultura popular casi en igual medida que el mundo de los superhéroes.

En este contexto, es difícil analizar o incluso leer la saga de Elric of Melniboné fuera del hipertexto del género al que pertenece. Difícil porque el texto se lee muy fácilmente como una crítica al estado de lo que constituía la fantasía heroica hasta ese momento, y porque es negando aquellos modismos que Michael Moorcock (que los lee en forma despectiva) termina creando el arquetipo del antihéroe.

Elric es delgado, albino, débil, frágil, todo lo opuesto de Conan, un personaje supuestamente amoral que para mantenerse con vida necesita de hierbas especiales, o la energía vital que le provee su espada sentiente Stormbringer que no sólo mata a sus enemigos, sino que también devora sus almas.

Es una crítica al modo de épica romántica en que está escrito, entre otras cosas Lord of the Rings, modo que Moorcock califica de Epic Pooh; porque es una prosa para geriátrico, donde constantemente se busca complacer sin brusquedades, con héroes intachables, villanos inconfundibles, el final inevitablemente favorable... en cambio, el tono de Elric es, casi opuesto, ácido, parco, a veces lacónico.

La saga en sí, es una serie de historias cortas, compilada por diferentes editoriales en distinta forma, y cuya primera historia apareció por primera vez en 1961. En ese momento, por todo lo mencionado arriba, fue vanguardia y siendo uno de los primeros arquetipos del antihéroe, fue copiado innumerables veces, la última y más notoria con el nombre de Geralt of Rivia el alvino antihéroe de la saga The Witcher hoy muy popular por sus videojuegos.

Cómo género se la encuentra tanto en el subgenero Sword & Sorcery cómo en el de High Fantasy. Cada historia por separado se lee como una aventura individual, con un trasfondo de lucha épica entre las fuerzas del caos y el orden.

En su totalidad, la saga original no supera por mucho las mil páginas, leerla está muy lejos de ser un emprendimiento titánico como pueden ser sagas más recientes, como The Wheel of Time o Malazan Book of the Fallen.

A pesar de ser limitada en extensión, leída de corrido logra en ciertas ocasiones volverse repetitiva; Varias veces Elric se encuentra vencido, a merced de algún enemigo que elige postergar su muerte para hacerlo sufrir, y deus ex machina mediante, Elric logra escapar; o viceversa, Elric, a pasos de alcanzar su venganza es frustrado por algún artilugio que permite escapar a su némesis, postergando la situación hasta la próxima historia.

Por supuesto, esto se debe a que en su concepción, Elric es una serie en el sentido de publicación de la era de las revistas de género, que guarda más similitud con una saga cómo Conan que con otras sagas actuales, publicadas directamente en formato de libro. Valga más como advertencia al lector que como crítica de forma.

El texto en sí es simple, es una serie de aventuras sin mayores complicaciones, breve en descripciones y desde el punto de vista del narrador omnisciente. Comienza la historia narrando la caída de Elirc del trono, la traición de su primo y la muerte de su amada. Moorcock crea de este modo un antihéroe atrapado en sus circunstancias, un personaje anacrónico de una raza en decadencia, aliado de las fuerzas del caos pero destinado a luchar en contra de éstas.

A medida que la saga avanza se va produciendo una metamorfosis en el tono que Moorcock utiliza, existen momentos sobre el comienzo, donde acusa y hace responsable a Elric, como la muerte del duque Avan Astran:
He died because Elric of Melnibonè desired a peace and a knowledge he could never find. He died by the Black Sword.
Elric es el actor, Stormbringer el instrumento utilizado para dar muerte. Pero, tratándose de una espada sentiente, Moorcock disloca esta relación y la invierte, convirtiendo a Elric en el instrumento y a Stormbringer en el actor de varias muertes.

Al mismo tiempo, Elric es una encarnación del Eternal Champion predestinado a devolver el balance entre las fuerzas del caos y el orden, y forzado a esgrimir Stormbringer a pesar de sus reservas y temores por tratarse de un instrumento del caos.

Así, dentro del texto Elric carga con la culpa y la pena de estos actos, pero fuera del texto Moorcock lo libera de esta carga, dejando a sus lectores incapaces de juzgarlo como asesino. Como agente del destino y portador de Stormbringer, Elric es más victima que victimario.

Ahí es donde Moorcock falla, Elric es EL antihéroe, está aliado a las fuerzas del caos (que en un principio asocia con el mal), persigue objetivos egoístas, pero al final, es instrumento último del destino, y si bien el final no es nada comparable con un final romántico del tipo de Lord of the Rings, no alcanza las expectativas que genera la misma crítica que Moorcock hace del género.

Indudablemente Elric es un personaje de estatura mítica y su lectura no sólo tiene mérito desde el punto de vista del análisis de la evolución del género fantástico, pero desgraciadamente es está lectura crítica hacia el género, y no el propio contenido, la que brinda su lectura más satisfactoria.

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