Mario y el Mago - Manual de Política para Camporistas despistados



Como dije, este librito de Mann lo empecé a leer por La Muerte en Venecia, pero quedé mucho más impresionado con Mario y el Mago.
Es impactante la forma en la que Thomas Mann escribe en 1929 sobre el fascismo, cómo dice Francisco Ayala en la introducción "-invento italiano que durante muchos años había sido un fenómeno y casi una ridícula curiosidad local- antes de que explotara impetuoso y amenazador en Alemania".
La Muerte en Venecia trata sobre la inspiración artística y los efectos de la pasión, Mario y el Mago es un llamado a la reflexión frente a la demagogia, la propaganda y la revolución en el uso de "la gente" como excusa para acumular poder, dinero e impunidad.
No me interesa mucho politizar este lugar, que fundamentalmente es un espejo para leerme y forzarme a practicar un poquito de pensamiento crítico, pero al encontrarme con esta clase de textos me resulta imposible no hacer la asociación directa con lo que nos toca vivir en Argentina.
Mann arranca desde temprano tirando puntas, mostrando el estado mental general de la masa de gente donde estas figuras nefastas pueden proliferar:

El público estaba como al acecho, y al principio no llegaba a comprenderse por qué y para qué: ostentaba dignidad, manifestaba gravedad y compostura, ya en su propio medio, ya respecto a los extranjeros, y estaba siempre alerta sobre un innato sentimiento del propio honor. ¿Por qué era así? Pronto comprendimos que se trataba de política, que estaba en juego la idea de nación. Y en efecto pululaban en la playa los niños patrioteros, fenómeno deprimente y nada natural.

Describe a un pueblo movilizado detrás de un discurso:
Hubo ocasión de escuchar discursos sobre la grandeza y sobre la dignidad de Italia, discursos perturbadores, nada pacíficos.
Hasta que finalmente presenta la atracción sobre la cual va a personificar al tirano demagogo, Cavaliere Cipolla:
Un virtuoso ambulante, un artista de la diversión, “forzatore, illusionista e prestidigitatore” (así se autotitulaba), quien tendría el honor de presentar al eximio público de Torre de Venere algunos fenómenos extraordinarios de misteriosa y desconcertante naturaleza.

Estos “fenómenos extraordinarios de misteriosa y desconcertante naturaleza” no son más que el comportamiento de oveja de la gente cuando se “masifica” y rifa su voluntad al mejor arengador.
Para Mann este charlatán grotesco es residuo del pasado, algo llamativo en una Italia relativamente atrasada, tal vez impensable en su Alemania natal.
Quizás en Italia, más que en otros países, permanece aún vivo el siglo dieciocho, y con él, el personaje del charlatán, del titiritero de feria, tan característico de aquella época, y sólo en Italia cabe encontrarlo aún en buen estado de conservación.

En lo personal me resulta terriblemente triste que en la década de 1930 alguien pueda ver tan claramente lo decadente y patético del populismo, tan vigente hoy en el país.
El ilusionista Cipolla enreda a su público con juegos de palabras como: “Existe la libertad, y también existe la voluntad; pero la libertad de querer no existe, porque una voluntad que pretende la libertad absoluta se contradice y cae en el vacío.” Y como nos enredaron con palabras y discursos mientras se hacia cualquier cosa
Después Cipolla sigue más violento, pidiendo obediencia absoluta de su público:
La facultad, decía, de renunciar a uno mismo, de transformarse en instrumento, de someterse a una absoluta y perfecta obediencia, no era sino el reverso de aquella otra de querer y mandar. Tratábase de una y la misma facultad: mandar y obedecer, ambas cosas formaban un principio único, una sola unidad indisoluble. Quien sabe obedecer, también sabe mandar, y viceversa; un concepto está incluido en el otro, como pueblo y “duce” están incluidos uno en el otro.

Llega un punto en que el relator se encuentra atrapado, y se pregunta cómo llegó a encontrarse en esa situación, cómo permitió que las cosas llegaran tan lejos… encuentra una forma de justificarse, aunque reconoce que no valen excusas:
Cedimos, aunque creímos hacerlo sólo por unos instantes. No valen excusas por habernos quedado, y explicarlo es aún más difícil… ¿Creíamos tener que decir B después de que habíamos dicho A, y habíamos llevado equivocadamente a nuestros niños a aquel lugar? No me pareció esta explicación suficiente. ¿Éramos nosotros los que nos divertíamos? Sí y no, puesto que nuestros sentimientos respecto al Cavaliere eran de naturaleza diversa, y lo eran también, si no me equivoco, los de toda la sala, y a pesar de ello, nadie se iba. ¿Acaso habíamos sucumbido todos a la singular fascinación de aquel hombre que se ganaba la vida de un modo tan especial, incluso fuera de programa y durante el descanso de sus juegos de prestidigitación, y había llegado a paralizarnos?

El “gancho” para mantener a la audiencia es la promesa de más… “… le quedaba mucho por hacer, y que eran de esperar cosas aún mucho más sorprendentes.”
Pasada la mitad, Mann es cada vez más brutal y contundente:
Me atengo a lo esencial. Aquel pretencioso jorobado era el más increíble hipnotizador que yo nunca había visto. Si él mismo, anunciándose como prestidigitador, había despistado al público respecto a la naturaleza de sus números…

La figura grotesca, que de entrada el instinto ya reconoce cómo nociva, a fuerza de carisma y falsas pretensiones llega a una situación de dominación, desde la cual manipula a su antojo, porque ya es tarde para darse cuenta de que la primera impresión era correcta.
Y el comportamiento del público es el de corderos obedientes, contentos de dejarse engañar por Cipolla:
...los episodios grotescos fueron seguidos por un público que se reía, movía escéptico la cabeza, se golpeaba las rodillas, aplaudía: un público que, con toda evidencia, estaba bajo el poder de aquella personalidad tan segura de sí misma, si bien (así me lo pareció) no dejara de experimentar sentimientos de rebeldía por cuanto había de deshonroso en los éxitos de Cipolla, tanto para el individuo como para el conjunto de los presentes.

Parte fundamental de la imagen de Cipolla es el látigo que usa cómo elemento de dominación, un símbolo, para Cipolla y para MannLa varita del mago, aquel restallante látigo del mango en forma de garra, dominaba sin límites.
Cerca del final, nuevamente el relator menciona:
...que no los hiciéramos salir de la sala sólo puedo explicármelo por una suerte de contagio de la relajación dominante, que a aquellas altas horas nos había alcanzado también a nosotros.
Es la explicación de cómo rodeados de gente, personas racionales, imitando a sus vecinos pueden actuar en forma pasional, rendirse ante la figura dominante dejándose llevar de la nariz cómo si no tuvieran voluntad.
Las imágenes que usa Mann son increíbles y muy fuertes. Es durísimo ver lo absurdo de un dictador que en cualidades personales no es más que un deforme mezquino, mentiroso y creído de sí mismo, mandoneando a todo el público a fuerza de magnetismo personal, demagogia, miedo y fascinación.
Mann menciona el comportamiento de los chicos durante el show “… reían de todo corazón al contemplar los saltos que el señor del espectáculo hacía dar a la gente. No se habían imaginado que fuera tan divertido, y con sus torpes manitas se unían alegres a los aplausos.” Si alguna vez no pudieron evitar una cadena nacional seguramente encontrará similitudes…
Termina la historia con la muerte de Cipolla, y en boca del narrador:
Un final terrible, un final catastrófico. Y, sin embargo, un final liberador.
No puedo imaginar el impacto que pudo haber tenido en quienes lo hubieran leído viendo el avance avasallador de Hitler en el plano político Alemán… pero mirando el estado en que nos encontramos hoy en Argentina y las deformaciones a las que nos sometieron, es difícil, muy difícil, no sentir que de cara al 10 de diciembre lo que nos espera es exactamente esta clase de final.

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