La Muerte en Venecia



La Muerte en Venecia entró en mi radar hace muchos años mientras leía una biografía de Mahler donde se mencionaba que Mann lo tomo como fuente de inspiración para el personaje de Gustav Aschenbach.
Por eso agarré este librito con dos novelas breves, La Muerte en Venecia y Mario y el Mago. Hasta ahora no había leído nada de Mann, en algún lugar de casa está La montaña Mágica, Los Buddenbrook, y creo que también Doktor Faustus, preferí probar con historias más cortas antes de empezar con esas novelas bastante extensas.
“Si el modelo de Gustav Aschenbach fue el músico Gustav Mahler, no por eso representa menos al escritor mismo, al autor de la novela.” Dice Francisco Ayala en su introducción, y Thomas Mann se deja ver en toda la obra emitiendo opiniones muy claras.
La historia es simple, describe las vivencias de un escritor en una Venecia asolada por el cólera, pero central a la obra es la fascinación que le despierta un adolescente (Tadzio), y el simbolismo detrás de este encuentro que trata sobre la relación entre el artista y su obra, sobre la sensibilidad del artista:

...el arte es vida potenciada… Imprime en el rostro de sus servidores las huellas de aventuras espirituales e imaginarias y, a la larga, engendra en el artista, por más que éste viva exteriormente en una paz conventual, cierta hipersensibilidad refinada, un cansancio y una curiosidad nerviosa que una vida colmada de gozos y pasiones turbulentas apenas conseguiría despertar.

Y sobre sus fuentes de inspiración y el origen de su trabajo:

como también amaba -o casi- esa enervante lucha, diariamente renovada, entre su orgullosa y tenaz voluntad, tantas veces puesta a prueba, y una creciente lasitud que nadie debía sospechar en él y que nada, ningún síntoma de flaqueza o de incuria, debía dejar traslucir en el producto de su labor.

Para Mann, el trabajo del artista es fruto del esfuerzo y su tenaz voluntad, y una de las lecturas más populares de esta historia es la forma en que la belleza, la pasión y el amor confunden y degradan la producción del artista, y en el caso de Aschenbach lo llevan finalmente a la muerte.
En un momento escribe: Aschenbach sacudió la cabeza, descontento al recordar su indecisión y la ignorancia de sus propios deseos” ese desconocimiento, esa confusión es precisamente lo que condena Mann.
Desde el comienzo, Aschenbach parece anticipar el desenlace de su estadía en Venecia, cuando describe mórbidamente su viaje en góndola:
¿Quién podría no combatir algún fugaz escalofrío, un miedo y una opresión secretas al poner los pies por vez primera, o después de mucho tiempo, en una góndola veneciana? Esa extraña embarcación, que desde épocas baladescas nos ha llegado inalterada y tan peculiarmente negra como sólo pueden serlo, entre todas las cosas, los ataúdes, evoca aventuras sigilosas y perversas entre el chapoteo nocturno del agua; evoca aún más la muerte misma, el féretro y la lobreguez del funeral, así como el silencioso viaje final.
No llega a existir otra relación entre Aschenbach y Tadzio que la de admiración, ni siquiera llegan a hablarse, es en cierta forma absolutamente espiritual el “enamoramiento” al que se somete Aschenbach. Es bastante apropiado e inteligente el uso del Fedro de Platón, al que Mann recurre en más de una ocasión:
Porque la Belleza, Fedro mío, y sólo ella es a la vez visible y digna de ser amada: es, tenlo muy presente, la única forma de lo espiritual que podemos aprehender y tolerar con los sentidos.
… Y el taimado cortejador añadió luego su idea más refinada: que el amante es más divino que el amado, porque el dios habita en él  y no en el otro…, acaso el pensamiento más tierno y burlón jamás concebido por alguien, y del cual brotan toda la picardía y la más misteriosa e íntima voluptuosidad del deseo.
Las descripciones que Aschenbach da Tadzio dan una idea del estado mental perturbado del escritor, del abandono:
La cabellera color miel se le ensortijaba dócilmente sobre las sienes y en la nuca, el sol encendía la suave pelusilla de la región cervical, y el fino dibujo del costillar y la simetría de su pecho resaltaban tras la tenue envoltura del torso. Sus axilas todavía eran lisas como las de una estatua, las corvas le brillaban y la azulina red venosa hacía aparecer más diáfana la materia de que estaba hecho su cuerpo. ¡Qué disciplina, qué precisión en las ideas se expresaban a través de ese cuerpo cimbreño y juvenilmente perfecto!
Y a través de ese abandono, Mann destruye definitivamente la producción desde la pasión:
Aschenbach sintió, apesadumbrado, que la palabra sólo puede celebrar la belleza, no reproducirla.
Porque si la palabra no puede reproducir la belleza, toda producción desde la pasión no es más que una celebración a otro objeto de belleza.

Sobre el final de la historia Mann recurre nuevamente al Fedro, y hace un juego, que en dos párrafos exponen su sintonía con Platón.
Porque la belleza, Fedro, tenlo muy presente, sólo la belleza es a la vez visible y divina, y por ello es también el camino de lo sensible, es, mi pequeño Fedro, el camino del artista hacia el espíritu. Pero ¿crees acaso, querido mío, que algún día pueda obtener la sabiduría y verdadera dignidad humana aquel que se dirija hacia lo espiritual a través de los sentidos? ¿O crees más bien (te dejo la libertad de decidirlo) que es éste un camino peligroso y agradable al mismo tiempo, una auténtica vía de pecado y perdición que necesariamente lleva al descarrío? … por más que a nuestro modo seamos héroes y guerreros virtuosos, en el fondo somos como las mujeres, pues lo que nos enaltece es la pasión, y nuestro deseo será siempre, forzosamente, amor: tal es nuestra satisfacción y nuestro oprobio. ¿Comprendes ahora por qué nosotros, los poetas, no podemos ser sabios ni dignos?
La maestría de nuestro estilo es mentira e insensatez; nuestra gloria y honorabilidad, una farsa; la confianza de la multitud en nosotros, el colmo del ridículo, y el deseo de educar al pueblo y a la juventud a través del arte, una empresa temeraria que habría que prohibir. Pues ¿cómo podría ser educador alguien que posee una tendencia innata, natural e irreversible hacia el abismo?
Pero la forma y la ingenuidad, Fedro, conducen a la embriaguez y al deseo, pueden inducir a un hombre noble a cometer las peores atrocidades en el ámbito sentimental - atrocidades que su propia seriedad, siempre hermosa, condena por infames-; llevan, también ellas, al abismo. A nosotros los poetas, digo, nos arrastran hacia él, dado que no podemos enaltecernos, sino solamente entregarnos al vicio. Y ahora, Fedro, he de marcharme. Tú quédate aquí, y sólo cuando ya no me veas, márchate también.
Un juego interesante también porque en la novela es al revés, el que se va es Tadzio, y el que se queda, y no termina de verlo partir es Aschenbach.
En lo personal, de este librito disfruté mucho más de Mario y el Mago, del que prefiero escribir algo aparte en otro momento. Con lo que me gusta la producción literaria, no alcanzo a tolerar mucho la “sensiblería artística”, a pesar de que tenga momentos brillantes como:
Las observaciones y vivencias del solitario taciturno son a la vez más borrosas y penetrantes que las del hombre sociable, y sus pensamientos, más graves, extraños y nunca exentos de cierto halo de tristeza. Ciertas imágenes e impresiones de las que sería fácil desprenderse con una mirada, una sonrisa o un intercambio de opiniones, le preocupan más de lo debido, adquieren profundidad e importancia en su silencio y devienen vivencia, aventura, sentimiento. La soledad hace madurar lo original, lo audaz e inquietantemente bello, el poema. Pero también engendra lo erróneo, desproporcionado, absurdo e ilícito.

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