Hace unos años leí la obra
completa de Henrik Ibsen en edición Aguilar, forrado en cuero, papel arroz, un
tomo increíble que posiblemente sea uno de los libros que más aprecio de mi
biblioteca. Entre las historias de vikingos, las épicas en verso que desgraciadamente
no puedo leer en su idioma original y los dramas realistas que son el plato
principal, hay una obra que me quedó grabada El pato salvaje.
La traducción directa del noruego
de Else Wasteson y Germán Gomez de La Mata me pareció muy buena, pero
aprovechando que tengo un Kindle y The Complete Works of Henrik Ibsen de Delphi
decidí darle una chance a la traducción de William Archer.
Como en la mayoría de las obras
de Ibsen, la estructura es bastante rígida, forzada, pero todo esto era terra
incognita cuando lo transitaba Ibsen, y estamos hablando del gusto cultural de
hace dos siglos… un problema menor que se puede superar con muy poco esfuerzo.
La historia se desarrolla
alrededor de una idea, ¿se puede sostener la felicidad en una vida construida sobre
una gran mentira? Básicamente, una familia vive feliz, con esperanzas de un
futuro mejor, hasta que un viejo amigo vuelve de su retiro convencido de que
tiene que contarles las mentiras sobre las que se cimentó su vida para que
puedan reconstruir sus relaciones sobre fundaciones sólidas y reales.
Obviamente, lo único que consigue es destruir la familia en nombre de ideales
bajo los cuales no vive nadie.
La obra tiene un mensaje claro,
expresado por el personaje de Relling:
“Rob the average man of his life-illusion, and you rob him of his happiness at the same stroke.”“Si quita usted la mentira vital a un hombre vulgar, le quita al mismo tiempo la felicidad.”
Todavía me acuerdo cómo paré la
lectura cuando leí esas palabras, como me quedé pensando un rato largo sobre el
peso de esa frase. Es una de esas cosas en las que creía profundamente pero
nunca me había detenido a expresarla en palabras. Hoy, creo en esto pero en
forma un poco diferente: Todos tenemos una mentira, que si nos vemos forzados a
confrontar nos destruye, o nos deja incapaces de alcanzar la felicidad.
Es algo que choca frontalmente
con la idea del psicoanálisis. Pero creo que la mayoría de las veces somos
capaces de disfrazar, eludir o inventar otros problemas, otras mentiras, de
forma que esa mentira fundamental, o mejor dicho, esa verdad fundamental de la
psicología propia, piedra fundacional de la persona, es relativamente invisible
para uno, y por lo tanto relativamente invisible para la persona que nos
analiza.
En tono un poco menos pesimista,
el mismo personaje nos dice que esto no quiere decir que la vida sea
intolerable, simplemente hay que evitar buscar el ideal en todo momento.
“Oh, life would be quite tolerable, after all, if only we could be rid of the confounded duns that keep on pestering us, in our poverty, with the claim of the ideal.”“La vida podría ser bastante agradable si nos dejaran en paz esos malditos acreedores que llaman de puerta en puerta reclamando el cumplimiento de las exigencias del ideal a pobres hombres como nosotros.”
En un contexto más amplio, me
recuerda mucho a eso que dice Ballard:
Civilized life is based on a huge number of illusions in which we all collaborate willingly. The trouble is we forget after a while that they are illusions and we are deeply shocked when reality is torn down around us.
La verdad es que en mi caso,
Ibsen y Camus me formaron más sobre la naturaleza humana de lo que Hume, Locke
o Platón jamás pudieron.
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