Espacios vacíos… y el dolor de la ausencia.

Espacios vacíos…

Todos los espacios nacen así: como silencios que esperan ser nombrados. De a poco, los vamos llenando —no siempre de cosas felices, pero casi siempre de significado.

A veces volvemos a esos espacios y nos asalta la memoria, como la mítica magdalena que nos encierra en su tiempo (perdido o no...). Incluso cuando el lugar ya no es el mismo, la nostalgia lo reconstruye. Y la nostalgia nos invade.

Y a veces volvemos a espacios que solo existen en nuestros recuerdos… Entonces la tristeza es más profunda, porque sabemos que ya no podremos volver de verdad.
Los momentos más dolorosos nos dejan así: de pie, frente a espacios vacíos.

Y ahora que perdí al compañero más leal que la vida me dio, siento que esos espacios me invaden. Donde se posa mi mirada, ahí está su ausencia. El mundo entero susurra su nombre.

Mi día comenzaba con él: una pastilla que debía tomar, un mimo, su cuerpo tibio ocupando mi lugar en la cama. Y mi día terminaba con él: el último paseo, el regreso al refugio.
Siempre estaba ahí. Siempre, sin importar el dolor o el cansancio. Sin excusas.
Si algo lo definía, era su sentido del deber: habría atravesado todos los círculos del infierno solo por estar a nuestro lado.
Y así lo hizo, hasta que ya no tuvo fuerzas para mantenerse en pie.

Arránquenme una pierna… el dolor sería menor.
Ni la peor catástrofe lograría herirme así.
Este dolor me nubla la vista. Lo invade todo.
Poco me falta para desear que el cielo se incendie, como si así pudiera igualar el ardor de mi pecho.


Espacios vacíos… y el dolor de la ausencia.



Pero no es el vacío lo que duele, no.
Es el amor que lo llenaba.
Porque espacios vacíos hubo antes, y no me angustiaban.
Es el amor incondicional de Zuko lo que arde ahora, lo que tiñe cada rincón conquistado por su presencia.

El pecho no duele porque esté vacío: duele porque adentro tiene un corazón colmado…
Y lo que lo llena ahora es la ausencia de quien le dio su mayor significado.


Adiós, mi compañero más fiel.
No flaqueaste nunca.

Con un deber grabado en el alma, me acompañaste hasta el final,
y llenaste mi vida —y mis días— de sentido, de lealtad, de amor puro.

Gracias por todo lo que fuiste.
Gracias por quedarte hasta el último latido.




1 comentarios:

Narí dijo...

Abrazote Clau. Puro amor